He estado planeando este post desde que comenzó este año. Primero pensé en hacer una serie de artículos, comenzando unos tres meses antes del 29 de julio. En ellos hablaría un poco de cómo era ella y del lazo tan especial que nos unía. En días recientes, pensé que podría recordar paso a paso los acontecimientos de ese jueves que recuerdo tan claramente. Lo cierto es que, ahora que por fin se llega el décimo aniversario de la muerte de Chelito, no sé qué decir.
Chelito era mi abuela materna, una de los dos que conocí, con la que más conviví y, de hecho, con la que me crié. En los días en los que tenía menos de 20 años, ella era mi amiga, mi confidente, mi pozo de sabiduría.
Cuando niña, le tocaron vivir los duros años de la Revolución. Años que fueron aún más duros siendo descendiente de peones de hacienda en el Estado de México. Pero no le tocó morirse joven, a pesar de la pobreza, las enfermedades y las balaceras. No, su destino fue otro, fue adelita durante la guerra cristera (del lado de los federales) y recorrió medio México siguiendo al abuelo del que heredé el nombre, los ojos y el mentón. Tabasco, San Luis Potosí, Campeche, Querétaro, Durango. En aquellos días el desplazarse con la tropa implicaba viajar en trenes militares en las vías construídas por el Porfiriato que sobrevivieron a los ataques revolucionarios. De ese tiempo en que anduvo en campaña le quedaron recuerdos que nos contaba en las tardes sanjuanenses, a la sombra de un limonero que apenas hace unos pocos años desapareció. También se aprendió varios chistes de tropa, algunos tan subidos de tono que harían sonrojarse a cualquiera, aún en estos días.
Chelito quedó viuda muy joven y se tuvo que enfrentar al México cambiante de los años 50. Si bien nunca aprendió a leer y escribir, siempre fue poseedora de una preclara inteligencia. Consiguió darles educación superior a sus dos hijas, mayormente cocinando, lavando ropa en el canal de riego de Iguala y planchando camisas en los tiempos de las planchas de carbón. Chelito sabía que, aunque mínimo, el sueldo de un profesor de primaria es algo seguro quincena a quincena, así que tanto mi mamá como mi tía estudiaron para ser maestras.
A pesar de la vida tan complicada que llevó, Chelito jamás se amargó. Nunca he conocido persona tan alegre como ella. Se reía contagiosamente, con genuino gusto que reflejaba cuánto le gustaba la vida. Le gustaba cocinar, cuidar sus plantas, escuchar buena música y ver películas graciosas. Se rió increíblemente con “Sólo con tu pareja”, en particular en las escenas donde Daniel Giménez Cacho brinca de un balcón a otro para atender a sus varias amantes. Ni siquiera su larga enfermedad minó su alegría. Aún estando débil y enferma, se ponía a platicarnos historias a altas horas de la noche. Fue sólo en la última semana cuando perdió algo de lucidez y ánimos. Antes de esa semana, se sabía al detalle todas las noticias que veía en la tele y las comentaba riéndose de los resbalones de los políticos.
De Chelito heredé una hendidura entre las cejas, que ella me decía era causada por el pulgar de la partera al extraer al bebé. Quiero pensar que mi gusto por la cocina me viene también de ella. Y también quiero creer que seré digno de su memoria y enfrentaré la vida con la alegría que ella siempre mostró.
Darth Tradd
Hulme
Manchester, UK