Acabo de regresar de Gateshead, en el norte de Inglaterra. Volví invitado nuevamente por los señores Tate, de quienes hablé anteriormente y regresé convencido de que las brujas de MacBeth tienen algo contra mí cada que viajo a Newcastle. Esta vez fui acompañado de Lalo Cota, quien está nuevamente de visita en Manchester. Tomamos el tren de las 12:30 y nos sentamos en una mesa, enfrente de un tipo que parecía abogánster. Lalo dormía como acostumbra, con el sueño de los justos y los correctos (chiste local) y roncando a placer. Yo venía escuchando mi walkman (NW-A1200) y disfrutando de la campiña inglesa. De repente, en medio justo antes de llegar a Darlington, el tren se detuvo. La campiña se veía verde, extensa y con humo saliendo de la parte de atrás del tren.
¿Humo? Sí, humo. Le di un codazo a Lalo y le dije en español: Despierta, está saliendo humo del tren. El pasajero frente a nosotros dijo: Smoke! Nos asomamos por la ventana y vimos que las vías estaban a unos buenos 2 metros de altura. Claro, entre la opción de rodar entre grava, pasar sobre unas zarzas y acabar deteniéndose con unos alambres de púas (finalmente son para detener el ganado, ¿no?) y cocinarnos al pastor, la decisión era fácil. Estamos a la espera de información de parte de los operarios del tren cuando vimos pasar por fuera del mismo al conductor y al boletero, enfundados en sendos chalecos de emergencia y cargando extinguidores.
Nos vimos un momento, como decidiendo que hacer y entonces saltamos. Ya estábamos sacando el martillo de emergencias para hacer trizas la ventana y saltar a la grava cuando por el sonido del tren nos avisaron que, en efecto, había un fuego, pero que estaba controlado y que por favor mantuviéramos la calma. Nos mantuvimos calmados, pero con la vista puesta en la ventana: Tan sólo esperábamos que ésta nos viera un poquito feo para agarrarla a martillazos. Finalmente el fuego fue controlado y mi oportunidad de ser un vándalo en el ámbito legal, se esfumó.
Por supuesto, el fuego originó un retraso y llegamos más de una hora tarde a la estación de Newcastle. Tras un breve viaje en Metro, estábamos cómodamente instalados en la casa de los Tate, ubicada en Gateshead, disfrutando de un delicioso pastel de frutas y el respectivo té. Los Tate nos dijeron el plan para el día siguiente: Visita al castillo Alnwick (convenientemente situado en Alnwick) seguido por una caminata de 5 km (ida y vuelta) a lo largo de la costa para llegar a las ruinas del castillo Dunstanburgh. Nos dijeron que un día claro, podríamos ver la mitad del camino hasta Noruega.
Por supuesto, la mala suerte nos siguió persiguiendo y la niebla nos envolvió al llegar a Alnwick:
La niebla se seguía espesando pero decidimos arriesgarnos a ir a la costa. En realidad no nos fue tan mal, sólo no podíamos ver más allá de 50 metros y prácticamente chocamos con las ruinas antes de verlo. La niebla tuvo otros efectos residuales, como hacer que Lalo Cota se pusiera a jugar con los filtros de su cámara (demasiada tecnología para él) y sacara fotografías más bien raras.
El domingo la niebla fue sustituida por la lluvia, pero no sin antes dejar secuelas: Me dio una gripa galopante que me sigue afectando hasta el momento. Así que faltas de ortografía, gramaticales y carencia de sentido en general son resultado de la mugrosa gripa. El asunto es que anduvimos caminando por los variados e interesantes puentes de Newcastle y Gateshead entre el agua y ésta nos acompañó hasta Durham. Para cuando nos despedimos de los Tate, la carrilla era generalizada: Francisco, traes la mala suerte. A ver cuando vuelves a venir.
Pero, en general, la visita fue muy divertida. Los Tate me recibieron excelentemente y en cosa de minutos tomaron a Lalo de botana. La plática osciló entre historia, arquitectura y costumbres mexicanas e inglesas. Los Tate nos trataron excelentemente y, ahora sí, he cambiado mi opinión sobre la comida inglesa. Si tan sólo en la próxima visita puedo dejar atrás el clima mancuniano y el fuego en los trenes…
Darth Tradd
Hulme
Manchester, UK