Esta semana, después de haber estado bastante atareado, un amigo de la oficina me invitó a tomar una cerveza a un pub cercano a la Universidad. Cabe señalar que, no importando en qué edificio de la Universidad se encuentro uno, siempre puede encontrar un pub cerca. Hay algunos que ofrecen un descuento al presentar la credencial de estudiante.
Pero el punto es que me invitó a tomar la cerveza y, mientras platícabamos de los planes para el fin de semana, llegó un grupo de amigos de otro departamento de ciencia de materiales, festejando la inauguración de sus nuevas oficinas. Hemos tenido más de una oportunidad de trabajar en proyectos conjuntos y la verdad hay muy buena relación entre los dos grupos. En particular, he trabajado con una amiga (a quien llamaremos Bethel) tratando de echar a andar el microtester. Nos hemos llevado bien y debo decir que normalmente me busca cuando tiene problemas con el dichoso microtester.
Estaba pues ella en el pub, platicando alegremente conmigo sobre (no podía ser otra tema) los últimos problemas que había tenido con el probador de tensión en particular. La plática se desvió por otros temas y, como suele suceder en las fiestas muy concurridas, cambiamos de interlocutor varias veces, hasta que quedamos en extremos opuestos y sin prestarnos atención.
La fiesta continuó y la cerveza corría como siempre corre en los pubs ingleses. Por supuesto, lo interesante es que nosotros la estábamos tomando. Llegó, inevitable, el momento de irme. Busqué a Bethel para despedirme (no hay que perder las buenas maneras y costumbres) y la encontré platicando cerca de la barra. En cuanto vio mi ademán de despedirme, se acercó a mí y me dio un abrazo y un beso mientras me decía:
– Hasta pronto, gracias por todo.
– No hay de qué, Bethel – contesté – lo que necesites, estoy para ayudarte.
– Gracias, gracias.
– De nada, me voy entonces, se está haciendo tarde.
– Espera, ¿quieres mi teléfono?
Y aquí vino el problema. No escuché bien (algo que ya me había pasado antes. La triste historia en tres capítulos tres) y pensé que había dicho tienes mi teléfono, a lo cual contesté alegremente:
– No.
– Ahh, ¿no? ¿Por qué? – replicó ella, mientras ponía una cara de extrañeza que me hizo entender el error.
– Espera, ¿dijiste “quieres” o “tienes”?
– Dije quieres … – mientras sus ojos se humedecían.
– Bethel, discúlpame, te entendí mal. Claro que lo quiero.
– ¿En serio? ¡Qué bien! Mira es este – dijo mientras lo escribía directamente en mi celular y se aseguraba que su nombre estuviera bien escrito.
– Gracias por el teléfono.
– Cuídate, nos vemos pronto.
Y me dio otro beso y otro abrazo.
Estoy empezando a pensar que algo anda mal con mis oídos. Aunque en realidad, lo más probable, es que algo ande mal conmigo y mis relaciones interpersonales. De plano, no aprendo.
Darth Tradd
Hulme
Manchester, UK