Este fin de semana, para premiarme por mi sobresaliente desempeño (y porque la verdad ya me quería escapar un fin de semana) me fui de gira a Newcastle. Aprovechando el programa Host, que permite a un estudiante irse a quedar de gratis con una familia inglesa por un fin de semana, tuve la oportunidad de conocer Gateshead y al llamado exhibicionista del norte de Inglaterra: El Angel del Norte.

Pero ya estoy contando la historia en desorden. El punto es que llegué a Newcastle-upon-Tyne el viernes por la tarde, tras un viaje algo lento pero sin mayores contratiempos. En la estación de tren me esperaban los señores Edward y Elizabeth Tate, ambos retirados y sobre los 70 años. Me recibieron muy amablemente, mientras me decían que yo era el primer mexicano que recibían en su amplia historia recibiendo gente. Les comenté algo sobre la estación, que tenía un estilo victoriano muy marcado. Edward, ni tardo ni perezoso, me comenzó a hablar sobre la estación, fechas, estilos y demás. Cuando íbamos rumbo a Gateshead ya teníamos una agradable plática sobre la construcción de puentes en Inglaterra durante la revolución industrial.Llegamos a su casa y me comenzaron a preguntar sobre México. Traté de hacer un resumen extremadamente corto de la historia de mi país, unas 2 horas, creo. Hubiera parado mucho antes, pero el señor estaba particularmente emocionado pues, como descubrí en ese momento, era un apasionado de la historia. En un momento se levantó y sacó un atlas histórico para ubicar dónde estaba Veracruz. Para cuando llegamos a la intervención francesa, me dijo que se había puesto a investigar en Internet algo sobre Querétaro y se preguntaba que estaba haciendo un Habsburgo en la altiplanicie mexicana.
Llegó la hora de cenar y el señor preparó una deliciosa trucha arcoiris horneada, acompañada por un vino australiano. Debo admitir que esa cena estuvo a punto de hacerme cambiar de opinión sobre la comida inglesa. Después de la cena y del obligatorio té y pastel de gengibre, nos retiramos a dormir. Después de un año de dormir en mi chiquero cuartito de Opal Gardens, esa habitación era tan espaciosa que parecían dos. Azoté cual res enferma y me dispuse a roncar tranquilamente. A eso de las 7:30 de la mañana desperté y me puse a leer un rato la excelente selección de libros que tenía en mi cuarto: historias de fantasmas, desarrollo de trenes en Inglaterra, historia de Newcastle… había de todo un poco.
La señora Elizabeth me llamó para decirme que el cuarto de baño estaba desocupado y tomé una deliciosa ducha de agua caliente. Bajé dispuesto a engullir mi desayuno y me encontré a la señora, sola en la cocina.
– Hola Francisco, ¿cómo dormiste?
– Muy bien, gracias. ¿Y ustedes?
– Mal, fíjate que mi marido se sintió enfermo anoche.
– ¿En serio?
– Sí, se quejaba de dolores en el pecho.
– No la…
– Y le hablamos al doctor y vino la ambulancia.
– Sí la…
– Y pues decidieron internarlo en el hospital para realizarle un electrocardiograma y otras pruebas.
– Ya la…
– No te despertamos, ¿verdad? Todo esto fue a las tres de la mañana.
– No…
Yo me quedé pasmado. En la madrugada una ambulancia llegó, una tropa de paramédicos entró a la casa, tiraron la camilla (sin el señor encima), la subieron, subieron al señor y se fueron.
Y mientras tanto, yo estaba dormido, echado como mula enferma. Una vez que superé mi trilogía de duosílabos, le dije a la señora:
– ¿Y qué hacemos aquí? ¡Vámonos al hospital!
Así que en la mañana de ese sábado terminamos en el hospital de Gateshead, mientras a Don Edward le practicaban un electro y análisis de sangre varios. A eso del mediodía se descartó la posibilidad de un infarto o angina y los doctores acordaron que se trató de una falsa alarma debido a un problema musculo-esquelético en el esternón. Lo dieron de alta y regresamos a la casa.
No pasó de ser un gran susto y al rato ya estábamos otra vez hablando de la invasión normanda y de la guerra de Reforma. El resto del fin de semana visitamos varios otros lugares y el señor se mostró fuerte y animado. Parece que al final sí fue una falsa alarma.
Todavía no puedo creer que todo eso haya pasado en la madrugada y que yo seguí dormido, sin darme cuenta.
Que vergüenza.
Darth Tradd
Grosvenor Street
Manchester, UKÂ